Capítulo 2. Las ventajas de la autolisis.

El lado positivo de haberse intentado suicidar era que no lo había conseguido. El terapeuta le había pedido a Raquel que apuntara en una libreta un aspecto positivo de todo aquello que le sucediera en el día. Esa ventaja no la tenía tan clara, porque también gracias a no haberlo conseguido seguía cansada, y tenía que hacer muchos esfuerzos para permanecer viva todo el día. Vivir era una tarea muy pesada y muy larga. A veces era tan pesada que no conseguía aguantar hasta la noche, y a media tarde, o bien después de comer, se tomaba dos ansiolíticos en lugar de uno, se metía en la cama y se quedaba durmiendo hasta el día siguiente. Antes de su ingreso en el hospital también lo hacía, pero como todavía no tenía ansiolíticos propios, se tomaba una de esas pastillas que tenía su madre para dormir, o para las crisis de nervios. En su casa siempre había alprazolam o diazepam. A veces también se acercaba al mueble bar, cogía alguna de las botellas y bebía a morro directamente. No demasiado. No siempre de la misma. Mientras el alcohol iba quemando su esófago virgen, tomaba el camino de regreso a su dormitorio. Al principio le escribía un whatsapp a su madre. Mamá, me duele la cabeza, no me despiertes. Las migrañas son valiosas como pasaporte para abandonar la partida. Esa era una buena herencia. Todavía no sabía que tenía que buscar el lado positivo a todo, pero en un futuro podrá apuntar en el papel de las ventajas -en este caso concreto, a las ventajas de su herencia genética-: migrañas. Poco a poco, conforme sus estados de letargo vespertinos se fueron normalizando dejó de anunciarlos. Si su madre llegaba a casa y se encontraba su habitación a oscuras sabía que no iba a salir de allí para cenar, que estaría durmiendo hasta la mañana siguiente. A su madre solo le pareció extraño las primeras veces. En alguna ocasión lo comentó con alguna compañera. Lo normal es que los jóvenes vayan adquiriendo unos horarios anárquicos, no te preocupes. Dejan de dormir por las noches, comienzan a dormir por el día. Le recomendaron el visionado de un vídeo llamado «El cerebro adolescente». Quizás normalizar consistiera en en perder el extrañamiento. Su terapeuta le había permitido continuar apartándose por la tarde si algún era especialmente duro, pero le había puesto una norma. Como máximo una vez por semana. Así que ahora tenía que seleccionar bien la dureza de los días y apartarse en el correcto. Todavía no sabía muy bien por qué asumía como dogmáticas las normas de su terapeuta, pero el hecho es que lo hacía.

El otro lado positivo de haberse intentado suicidar es que en clase todo el mundo la trataba con mucho cuidado. A veces el cuidado le gustaba. Era un cuidado sensible, como se cuidaría un negativo de Robert Capa, una copa de cristal veneciano, un libro de portadas color crema. Casi siempre. Pero a veces era el cuidado que se pone al caminar en un campo de minas, lleno de miedo. Raquel trataba de obviar esas sensaciones. Las sensaciones no son más que sensaciones. El terapeuta a veces formulaba unas sentencias poco esmeradas. Raquel lo miraba en esas ocasiones con desconcierto y él entonces se disponía satisfecho a desarrollar y explicar. En aquella ocasión se refería a la conveniencia de separar los hechos de las interpretaciones que se le otorgan a cada hecho. Teóricamente nadie en el centro escolar sabía nada de lo que había ocurrido. Sin embargo todo el mundo había cambiado. ¿Qué sabían entonces? ¿Por qué esos cuidados extraordinarios? De pronto, Nathalie e Irene la acompañaban siempre. Antes ya eran amables con ella, pero desde la distancia. Ahora estaban pendientes todo el tiempo. Si iba al baño alguna de ellas la acompañaba, en el recreo también, o a la salida. Los profesores le preguntaban constantemente si se encontraba bien. A veces se aburría y decía que necesitaba ir al pasillo, y preguntaban estás bien? estás bien? dos veces, y accedían a su petición. Pero de una forma extraña, porque entonces iba detrás de ella Nathalie o Irene, que perdían clase también. Y eso comenzaba a resultar un tanto irritante. Y entraba de nuevo a clase y preguntaban estás bien? estás bien? y si no había hecho los deberes recibía una amplia sonrisa por respuesta, no te preocupes, poco a poco, estás bien? estás bien? y entonces Raquel se sentía rellena de napalm, e imaginaba a su profesor de matemáticas caminando por un campo, ella estaba en el medio, y él entonces llegaba a un punto en el que no seguía avanzando y eran Nathalie e Irene las que llegaban corriendo porque él las enviaba, y a un metro le pedían que las acompañara, y ya se quedaban ahí, y nadie la tocaba. Nadie podía tocarla, nadie podía atravesar esa carne que la rodeaba, esa cara, esa boca, ese pelo negro y liso, esas manos suaves y torpes, ni una vez atravesada podrían sortear su esófago maltrecho, ni su vientre ni su sangre, ni podría jamás fundirse en ella, encontrar a esa Raquel que estaba tan lejos de todos, que al sentir otro cuerpo tratando de entrar pondría en funcionamiento toda esa carga explosiva. Y adiós Nathalie. Adiós Irene. Adiós profesor de matemáticas. Adiós Raquel. Y entonces se daba cuenta de en eso consistía su interpretación de una sonrisa.

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