El banco

El otro día me senté a esperar en un banco en la calle. Encontrar un banco en la calle es casi una excentricidad. Lo hablábamos el otro día, mientras paseábamos cansados, y recordábamos Londres, lleno de parques en los que londinenses de cepa o de prestado nos sentábamos. Aquí hay grandes aceras llenas de terrazas para poder consumir. Aquí hay dos opciones, caminar o sentarse en una terraza y pagar tres euros por un café. Y ese día encontramos un banco, frente al escaparate de una óptica. Y allí estuvimos un rato, mirando el escaparate y la gente pasar. Y de tanto mirar al final casi terminé creyendo que necesito unas gafas de sol, y agradecí enormemente que no nos hubiéramos sentado en un banco frente a una inmobiliaria, pues eso habría complicado mucho las cosas, y ante esa nueva perspectiva, tres euros por un café resultaba un daño inofensivo.

El banco se ocupó enseguida por una pareja. Ella era camarera de una cafetería que tenía terraza -claro- justo enfrente de mi banco. Lo sé porque llevaba el mismo uniforme que los camareros que llevaban bandejas con cafés y cervezas mientras ella a mi lado charlaba con un joven y fumaba de forma compulsiva: una camisa blanca con un logotipo bordado en el brazo y un delantal blanco. Es posible que fuera su momento de descanso. Ella le estaba relatando una ruptura reciente. Para ser más precisa te diré que ella le estaba leyendo la conversación que mantuvo por whatsapp. Era algo así:

Me encanta estar contigo, me divierto cuando charlamos y cuando follamos más todavía. Pero ya sabes que en estos momentos no estoy bien y creo que no puedo mantener una relación.

-¿Quieres decir que quieres que me vaya y que no quieres volver a verme?

No, nunca. Quiero verte, y hablar contigo, y tomar café, eres mi mejor amiga y te quiero. Pero a pesar de que te quiero no quiero mantener una relación de otro tipo. ¿Eso puedes entenderlo?

Bueno, cuenta conmigo, si un día me necesitas yo siempre voy a estar ahí para apoyarte.

Y después de leerlo hablaban ambos. Yo los escuchaba con la sensación de que según ella le iba leyendo sus mensajes estaba transformando su dolor único en una simple ruptura más. El mundo partido por la mitad, el suelo resquebrajado y movedizo reducido al clásico te quiero como un amigo. ¿No crees que eso ocurre? Te enamoras y te parece que el tuyo es el primer amor del mundo. Y entonces vas y lo cuentas. Lo cuentas una y otra vez. Y entregas los detalles, y entregas las palabras, y entregas las escenas, y lo que queda después de todo eso es una mierda, es un gesto cotidiano más, un enamoramiento más, un polvo más, un desayuno más, un amanecer más. Es una mierda si lo comparas con lo que fue. Me imagino a esa chica antes de que llegara el amigo. Llevando bandejas con cafés y cervezas, sonriendo de lado a los clientes, tratando de mantenerse en pie sobre un suelo vulnerado e incierto para no verter la cerveza. Con todo eso dentro. Como una cerveza llena de gas contenido con una chapa. Y me pareció una imagen mucho más hermosa. Durante esa conversación de banco, al ponerle nombre a todo aquello lo había banalizado. Y allí seguía, a mi lado perdiendo el gas. Una mujer más, una camarera más, una conversación privada compartida más, una excusa manida más, una ruptura más. Tan absurdo, tan previsible.

El amigo le dice lo que ella necesita oír, creo que él sí te quiere de verdad, pero tiene pinta de estar hecho un lío, ella se pregunta si ella podrá ser su amiga, él le dice yo en tu lugar le diría esto (alguna cosa manida que ya no recuerdo, seguro que se te ocurren unas cuantas), ella se pone a escribir. Él mientras se va al estanco. Vuelve del estanco indignado porque no tienen Chester, ni Lucky, ni Marlboro, así que se lo comprará en su barrio.

Y de pronto llegó otro tipo. El tipo indignado se despide y el tipo nuevo ocupa su lugar en el banco. Ya sabe lo que ha ocurrido; a este no le enseñó la conversación del móvil. Este le dice que él no va a opinar, que los conoce a los dos, que es una putada, pero que son cosas de ellos. Ella insiste. Tú me conoces, sabes cómo soy, ¿cómo crees que me afectaría mantener una amistad? El contesta que le parece la opción más madura, pero que es ella la que tiene que ver sobre la marcha cómo le afecta, si le sienta bien o mal. ¿Pero tú cómo crees que me va afectar? ¿Me va a hacer daño? En un momento dado te juro que pensé que iba a estallar con tanto cliché. Él no tiene respuestas. Nadie tiene respuestas.

El segundo amigo se despide. No hagas tonterías, le dice. No te preocupes, pensé, ahora es más vulgar, pero está más segura.

Ella no miró a su amigo alejarse. Apuró la última calada del cuarto cigarro que se había fumado, se dirigió con paso rápido a la cafetería y desapareció por la puerta negra. Yo solo tuve que esperar unos pocos minutos más. Los camareros continuaron sirviendo cervezas y cafés. Y en los bancos continuarían sentándose y levantándose personas a esperar, a descansar, a mirar el móvil, a mirar alrededor, a ahorrarse los tres euros de un café, a hacer un dibujo, a banalizar, a sacralizar. Eso ya no lo vi, y no te lo puedo contar. Pero lo intuyo con certeza.

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