19 de octubre

Ayer por la noche me acordé de una conversación tomando café. Tú te habías enamorado de mí, y no era la primera vez que me lo decías. En esa conversación yo te dije que te lo sacaras de la cabeza. Que en realidad, no estabas enamorado sino confuso, y que tu confusión mental te hacía verme diferente. Que quizás me vieras como una rara avis, porque hacía cosas que te resultaban exóticas, y quizá eso te había impresionado. Pero no te engañes, te dije, porque en realidad no soy tan distinta. Soy una mujer como cualquier otra, con dos piernas, dos brazos, una cabeza, un sexo, dos tetas, que duerme por las noches, y hace pis, y caga, y toma café para desayunar. Te quería convencer, con un discurso cargado de cinismo, de que el enamoramiento era solo un estado de confusión carente de sentido, porque al final, todos somos muy parecidos, y si todo es lo mismo, o tan parecido, si nadie es realmente especial salvo en momentos especiales, qué sentido tiene escoger, y más aún, qué sentido tiene cambiar. Te recomendé que hablaras con tu mujer, que fueras sincero, que le dijeras que estabas atravesando una crisis, que te sentías confundido.

¿Qué es algo exótico? Algo que no ocurre con frecuencia, sorprendente, alejado de la rutina, de lo que consideramos normal. Es algo así como el lenguaje poético.Que utiliza símbolos y asociaciones, utiliza todos los recursos a su alcance para alejarse de lo común. Pero si algo exótico se repitiera una y otra vez, todos los días, de una forma repetitiva y sistemática, continuaría siendo exótico? Quizás si yo leyera una y otra vez, un día tras otro, preferiblemente después de cenar y con un vaso de agua, «el hombre debiera ser lo que desea, debiera ser en la medida de su ilusión y su deseo, y entonces yo sería tú, que eres tú mismo, lo más deseado del total deseo», llegaría el día en que esas palabras me resultaran tan indiferentes como escuchar el agua saliendo del grifo cuando lo abro para lavarme las manos, o tan previsibles como que amanezca cada mañana. Y entonces llegarían las preguntas, ¿es que ya no te gusta el agua? ¿es que ya no te gusta la luz? ¿es que ya no te gusta Juan Ramón Jiménez? Sí, claro que sí. Pero he dejado de asombrarme.

Ayer también estuve pensando en la época en la que utilizábamos símbolos. Entonces había días de dos lunas, de mirar piedras, de buscar islas, y de hablar del tiempo y después de deportes. Y en que creábamos un mensaje cifrado en cada objeto cotidiano, un libro, el café, una taza, una cabina de teléfonos, una foto. A todo le poníamos un significado oculto con un único propósito, y solo tú y yo éramos capaces de entenderlo. Cuando todo lo cotidiano nos era negado, fue necesario que nos pusiéramos a salvo construyendo un mundo propio que era exótico, puro lenguaje poético. Y lo hicimos.

Por último me miré un poco por encima. No vi ninguna rara avis. Ni mensajes cifrados. No vi estas palabras. Pero estaban. Solo vi una mujer que tiene dos piernas, dos brazos, una cabeza, dos tetas y un sexo, tumbada en una cama con tu brazo por debajo de mi cuello, que hace un momento se ha quedado dormida en el sofá, y ahora se propone seguir durmiendo. Nada más. Lo normal. Lo que ocurre cada noche. Imaginé que no distaría mucho de lo que hacía un rato habías visto tú.  Me miré y no vi estas palabras, pero sin embargo estaban.

Creo que aquel día tomando café,  yo estaba equivocada, y que tenías razón.

 

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