No recuerdo lo que me hizo pensar el otro día en lo mal que soportamos la incertidumbre, sólo recuerdo que pensaba en ella mientras conducía de vuelta a casa. Y recuerdo que estaba enfrascada pensando en ella en el carril de la derecha, con un tráfico muy denso, de esos que no permiten cambiar fácilmente de carril, y como estaba enfrascada pensando el mirar permanentemente por el retrovisor para encontrar mi hueco me interrumpía, así que me mantuve dócil en mi carril derecho, pensando en esa necesidad que tenemos de certezas, de saber lo que va a ocurrir en el futuro inmediato, como si de esa forma pudiéramos tener un cierto control, como si eso fuera posible, pero aunque en realidad no lo sea, sin esa apariencia de control nos es imposible la vida, sin esa seguridad sobre el futuro nos es imposible estar aquí y ahora porque nuestras energías se las dedicamos a resolver a toda costa esa incertidumbre, y si tenemos incertidumbres y no existe otra forma de resolverla se pone en juego nuestra imaginación. No somos capaces de seguir sin saber lo que va a ocurrir y si no sabemos lo que va a ocurrir nos lo inventamos, nos imaginamos las posibles opciones, escenarios, situaciones, y la imaginación a veces es maravillosa, pero otras es un instrumento de autotortura involuntaria de difícil control… Y en eso iba pensando cuando el tráfico se detuvo del todo. Y así, en punto muerto, al levantar la vista me di cuenta que estaba parada tras un camión enorme, de esos que impiden toda visibilidad. Arrancaba sólo cuando el camión se movía un poco, y frenaba cuando frenaba él, pero era incapaz de anticipar mis movimientos, era incapaz de prever la situación porque ese camión no me dejaba ver nada, y me empecé a sentir nerviosa, a moverme en mi sitio, a revolverme con una pequeña ansiedad, y me di cuenta de que, hablando de incertidumbres, estaba inmersa en una de ellas. Ya ves, una incertidumbre pequeñita, mínima, qué más me da a mí saber si el atasco se extiende hasta donde alcanza la vista o si puedo ver que pasada la salida a Ventisquero de la Condesa el tráfico mejora, como si fuera algo trascendental, como si el saberlo me fuera a dar la oportunidad de actuar de una u otra forma, si me da igual, sólo tengo una opción, en cualquier caso estoy metida en la carretera, lo único que está en mi mano es arrancar cuando se mueve el coche de delante y parar cuando éste se detiene, y qué más me daba a mí saber si eso va a ocurrir durante mucho tiempo o poco. Intento controlar mi inquietud, respiro hondo, me hago un cigarro, subo un poco la música, me distraigo en resumidas cuentas con las pocas opciones de las que dispongo para poder soportar la ceguera tras el camión, la que implica no ver nada, no saber nada hasta el mismo momento en que éste se detiene o arranca. No tengo ninguna necesidad de quedarme allí, pero es ya un experimento, un ponerme a prueba. Y a pesar de la intrascendencia de mi no saber, a pesar de mis intentos por distraer mi intranquilidad, al final no puedo soportar continuar dócil, y tomo la decisión de cambiar de carril en pleno atasco, y una vez tomada esa decisión miro compulsivamente el retrovisor y no vuelvo a mis pensamientos hasta que consigo el carril central lejos de la venda del camión, porque necesito saber. Y al hacerlo, miro con gran alivio desde lo alto los cuatro carriles de la carretera de circunvalación completamente atascados hasta donde alcanza la vista. Y con esa certeza, mentalizada a llegar tarde, me hago otro cigarro y continúo, ya tranquila, y dejo de pensar, y canto.
Hombre, ya estaba el principio de incertidumbre de Heisenberg, que lo dice todo. Lo que ocurre es que entre querer saber para controlar y estar ciego por una tapia que no te deja ni disfrutar de la vista del atasco hay términos medios. Saber no es malo, y querer saber tampoco. Sólo nos falta darnos cuenta que no todo se puede saber y que además, no todo se puede controlar. Así nos liberamos del complejo de Rappel que a veces nos invade.
Si tuviese que buscar una metáfora matemática para mi tan descompuesta persona, diría que soy una suma de fracciones en las que pocas certezas he tenido como numeradores mientras que el mínimo común denominador ha sido la duda. La suma del todo no ha impedido (si acaso favorecido) que haya seguido avanzando. «Quem põe certezas na vida facilmente se embaraça» dice un fado del Camané. Y el oriente me ha ido enseñando que irnos cíclicamente vaciando abre las posibilidades a poder llenarnos de nuevo. Fácil es decirlo. Yo sigo reconociéndome existencialista y cartesiano más cada menos en el dogma. Y si vuelvo la cabeza, casi sin pensarlo, también estoy perdiendo la tendencia de hacer cuadrar balances … veo varios camiones dejados atrás y después de haberle dado una calada al cigarro de Pat, y sin mirarnos, me uno a su voz y le armonizo el canto.
Es que las certezas suelen ser muy pocas, pero a veces solo dos o tres grandes certeza frente a infinidad de dudas cuadran el balance. Y cuando cuadra el balance? Para mi cuadra cuando puedo seguir avanzando con ganas de cantar, cuando tengo sensación de paz, o de alegría, o de fortuna, o de felicidad, o alguna otra con matiz positivo. Tus palabras siempre dan pie a la reflexión, o a desarrollarla. Me alegra que estés de vuelta. (Perdón por los acentos que faltan y el laconismo, me apaño fatal con los dispositivos móviles. Nada como un ordenador de sobremesa.)