La muerte en vivo, y el entierro de la ética

Me siento en el sofá con una tostada, un zumo, un café y las noticias de la mañana. Veo a Rajoy posando con el Códice, a continuación presencio el fusilamiento de una adúltera en Afganistán,  prosigo con imágenes de la boda de Iniesta y por último el mapa del tiempo. Apuro el café y enciendo un cigarro.

A pesar de que me pregunto si de verdad es necesario emitir ese fusilamiento, y que se traten esas imágenes con la misma ligereza con que se tratan las de una rueda de prensa o un acontecimiento deportivo, constato con espanto que a pesar de esas preguntas y de esa indignación, tanta sensibilidad hemos perdido que a fuerza de costumbre he estado desayunando sin despeinarme mientras en un telediario me han calzado un vídeo de muerte en directo.

Hubo un tiempo en que las snuff movies estaban censuradas, parece ser que ahora se emiten en la prensa de reconocido prestigio sin que nadie se cuestione su ética o su legitimidad. Habrá quien sea de la opinión de que el emitir el fusilamiento sin ahorrar un solo disparo es necesario para incrementar la sensibilidad del mundo occidental. Yo me pregunto si de verdad hace falta ver cómo fusilan a una persona para repudiar este hecho. Me da igual si es una mujer o un hombre, me da igual si es por adulterio o si es por robo. ¿De verdad es necesario verlo para condenarlo?

Una imagen vale más de mil palabras. Las audiencias saben mucho de esto, pero el faltar al respeto a un ser humano, que además está muerto, y además en estas circunstancias a costa de incrementar el share me enciende.  La muerte y el sufrimiento son momentos muy íntimos. Pongamos por caso que un día soy violada, y pongamos por caso que alguien graba esa violación mediante un dispositivo móvil. Y pongamos por caso que se difunde en la red. Y pongamos por caso que termina apareciendo en los noticiarios. Y que mis padres, mis hijos, mi pareja,  mi familia, mis amigos, y yo misma tengo que estar reviviendo esa escenita una y otra vez, al poner las noticias, al consultar la prensa digital, al mirar los vídeos destacados en You Tube etc…

Por mucho que me argumentaran diciendo que la difusión de mi  violación sensibilizaría y evitaría muchas otras, perdonad, pero no dejaría de ser para mí un hecho éticamente inaceptable  y jurídicamente denunciable. ¿De verdad que si no se ven esas imágenes no existiría sensibilidad y denuncia ante los hechos? Me niego a pensarlo.

Hasta ahí imagino que nadie tendrá dudas acerca de la línea que divide el informar con el daño que se puede hacer, y el atentado al honor, y la falta de respeto que implica el hacerlo ofreciendo según qué imágenes. AL menos con ese ejemplo. No sé si quizá la ética y la moral cambian cuando hablamos de una mujer que ya está muerta, y que además procede de un país donde tampoco le ampara el derecho a denunciar, -ni su sentencia ni la difusión de las imágenes de la aplicación de la misma-.

 Supongo que, en ese caso, cuando la indefensión de la víctima es total, total contra los verdugos, y total contra la falta de escrúpulos de los medios de comunicación, entonces da igual su dignidad como persona, y el respeto hacia ella y las imágenes de sus últimos momentos.

 Y sin un consentimiento expreso hay imágenes que no deberían difundirse. Porque no son necesarias. Porque sólo aportan morbo. Sólo son carnaza de audiencias. No es lo mismo contar que enseñar. No es lo mismo. No es lo mismo que te cuenten que un familiar ha fallecido en un accidente de tráfico a ver los restos del mismo en imágenes. No es lo mismo.

Hay cosas que me parece increíble que haya que explicar y denunciar, como este derecho a la intimidad y al honor. Por supuesto que por encima de ello está el derecho a la vida. Al entrar en El País, y buscar en los numerosos comentarios que ha suscitado la noticia del fusilamiento (enlazando la snuff movie), no haya encontrado a nadie que se haya escandalizado no sólo por el hecho de que una panda de afganos extremistas hayan matado a esa mujer, sino también porque una panda de periodistas de primer nivel y de prestigio internacional hayan difundido sin el menor escrúpulo su muerte en vivo.

Me pregunto qué le queda ya a esa mujer. No bastaba con matarla. Ni su vida mereció un respeto, ni por lo visto tampoco su muerte. De esto último no podremos culpar a unos afganos extremistas. Ha sido esta sociedad occidental que tanto alardea de ser modelo de civismo, ética, y modo de vida.

Y yo, yo me he comido mi tostada con esas imágenes. Sin pestañear. Estamos en un proceso de aniquilación de la sensibilidad y el respeto, que cada día nos hace menos humanos.

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