La diosa AEAT había requerido una gran ofrenda de facturas. Otros dioses ruegan vagamente, utilizando un mensaje ambiguo y críptico que necesita de chamanes, profetas u otro tipo de intercesores con el don de saber interpretar las órdenes del más allá, pero AEAT era clara y precisa en sus instrucciones, exigente, caprichosa. Dice qué, dice cuánto, dice cuándo y dice cómo. Por escrito y mediante correo certificado.
Las tres sacerdotisas erigieron un altar donde colocar las ofrendas, que se apilarían en siete montículos siguiendo el estricto orden divino, y comenzaron con la colecta de facturas, y con ellas, los siete pilares su lento ascenso.
El trabajo era laborioso, suerte que los dos días sagrados en que el trabajo está prohibido, les proporcionó a las mujeres el gozo y la energía necesarios para poder cumplir con la ofrenda en tiempo y forma. Al tercer día, poco después del amanecer, las tres se reunieron de nuevo alrededor del altar, invocaron la alegría de sus dos días de ocio y se regocijaron en los placeres recientes antes de continuar con su misión. En ese momento apareció el sacerdote.
¿Qué hacéis alrededor de esta mesa? preguntó él.
Pues adorar a la diosa AEAT y urdir un conjuro para ver si así las facturas se buscan solas… pero nada. Igual, si le ofreciéramos otro tipo de sacrificio, uno humano, a ti, por ejemplo…. (el sacerdote ignoraba que hay momentos en los que el silencio es el mejor aliado)
¿A mí? No me haréis eso, que soy el único sacerdote de la oficina del lugar. A mí me tendríais que cuidar, con lo solo que estoy….
Las sacerdotisas, clementes y piadosas, conscientes de estar cediendo a un chantaje emocional, cedieron no obstante. Abandonaron la invocación de la alegría y los placeres recientes, y se enfrentaron a su destino. Buscaron y buscaron las facturas, las fotocopiaron, las apilaron, y las ordenaron siguiendo el caprichoso designio divino, sacrificándose ellas mismas, sus espaldas, -hay tres tareas incompatibles con una espalda sana que todo mortal, sacerdotisa o no, debería evitar, o al menos, practicar con moderación: fregar platos, planchar y hacer fotocopias-, las yemas de sus dedos, su sentido del humor con lo tedioso del trabajo requerido, sin reparar ni concentrarse en otra cosa que no fuera acabar a tiempo.
El último día, cinco minutos antes de que finalizara el plazo concedido por la diosa AEAT, el sacerdote se acercó al altar, interesándose por la ofrenda (el sacerdote continuaba ignorando que hay momentos en los que el silencio es el mejor aliado)
¿Cómo lo lleváis? ¿Os puedo ayudar?
Sí, ya, a buenas horas, contestaron ellas con la acritud propia de quien lleva varios días sin descansar.
Bueno, bueno, pues si no queréis estas dos manitas….
Las tres mujeres consiguieron reunir la ofrenda tal y como había la solicitado la AEAT, que estaría disfrutando ya de la revisión de sus facturas, perfectamente alineadas y ordenadas, examinando satisfecha la pulcritud del trabajo bien hecho, ensanchando su ego al comprobar el respeto y la obediencia que la gran mayoría de los mortales aún le profesan.
Terminado todo, las sacerdotisas se prepararon para abandonarse a su merecido descanso. Pero antes de hacerlo aún tuvieron tiempo de arrepentirse de su clemencia, y gozar recreando libre y mentalmente las imágenes de un sacrificio humano, el del único sacerdote masculino, cuya muerte, lenta y dolorosa, jamás llegaron a consumar.