Tener cara de patriot

En el telediario aparecen las imágenes de la reunión de los Patriots. En mi memoria los líderes de extrema derecha europeos están sentados alrededor de una mesa ovalada blanca y esa mesa es lo único claro de la imagen. La luz que los rodea es escasa y la que hay tiene un halo verdoso, quizá amarillo. Manu dice fíjate, son la viva imagen del mal. Mira sus caras, si es que no engañan a nadie, tienen aspecto de malvados. No es una ley, pero ya Cicerón decía que la cara es el espejo del alma y los ojos sus delatores (esta segunda parte yo no me la sabía), y me da por ponerme a repasar mentalmente un listado de rostros. Y lo cierto es que, aunque hay excepciones, sí que están muy relacionados con la personalidad, e incluso con la moralidad de las personas. Pienso en Miriam Nogueras de Junts, y solo por la cara y los gestos de mala hostiada que tiene evitaría ir con ella hasta a tomar un café en barra, incluso la sonrisa la tiene torcida. Elon Musk sin embargo es sonriente, pero tiene mirada de psicópata perturbado. Me viene a la mente mi amiga Andrea, por ejemplo, tiene una cara sonriente, y luminosa y alegre, es bonita. Y es así, es una persona bonita, y alegre, y luminosa, incluso cuando no lo está. Me acuerdo de un artículo que hemos estado comentando en clase de lengua esta semana. Empezaba así «yo tengo un rostro, o sería más exacto decir yo soy un rostro». Era un fragmento del ensayo Una historia moral del rostro, de Belén Altuna. En ese fragmento, la autora explica la tesis de que nuestro rostro nos representa, que todo nuestro ser al completo, personalidad incluida, está resumida en nuestra cara, de manera que deberíamos aprender a aceptarla y a convivir con ella. Una de mis alumnas me dice que ella no está de acuerdo, que hay formas de modificar nuestro rostro y que si hay algo que nos disgusta mucho de él no hay por qué aceptarlo, te puedes operar. Es cierto, no tienes ni siquiera por qué aceptar el género que te ha tocado al nacer, por qué aceptar que te resuma un rostro que no gusta. Imagina que tienes una cara de ser abyecto, e imagina que -por lo que sea- también lo eres. Imagina, por ejemplo, tener la cara de hijo de puta de Santiago Abascal, de Netanyahu, de Trump, de Viktor Orbán o Marine Le Pen, y pensar -con razón- en querer cambiarla. Mucho. De una forma radical. Imagina que pasas por un buen quirófano, con una buena cirujana, y le dices, ponme una cara de buena persona, de ser humano, de persona amable, sensible, inteligente, tolerante, cuidadosa, respetuosa, justa, solidaria, y no esta de sádico viola niños que tengo. Imagina, imagina que sales de ese quirófano con esa cara que has pedido ¿te transformarías en un ser humano de bien? Me gustaría mucho que alguno de estos seres se sometiesen a esta prueba, más que nada por confirmar esta hipótesis. Aunque puede que fuera más sencillo (y barato) hacer la prueba a la inversa. ¿Y si soy un poquito menos hijo de puta y miro a ver cómo se traduce eso en mi particular espejo del alma? Estaría bien, entonces, no aceptarla, no conformarnos con nuestra cara. O con nuestra alma.

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