El día en que repasé antes de un examen

Donde fuiste feliz alguna vez

no debieras volver jamás.

Félix Grande

Acudo al centro de exámenes dos o tres veces al año, y siempre me pierdo. Con la cantidad de institutos que hay en el centro de la ciudad,  me tuvo que tocar uno fuera, tan lejos, donde todas las calles son iguales, los trazados rectilíneos, los bloques de edificios levantados mediante copy paste. Y si no me pierdo, sí voy, al menos, insegura, consultando mis referencias, las que he ido tomando durante el ciclo formativo, al tiempo que conocimientos. Por aquí debería estar la reprografía, si sigo bien en breve debería ver la iglesia, y por último, el café.

Paso por la reprografía, y después por la iglesia. Voy bien. Miro la hora. Como no me he perdido (¿será que comienzo a conocer el camino?) llegaré con tres cuartos de hora de margen, los reglamentarios para hacer una parada en mi última referencia y desayunar, y llegar al centro de exámenes con tiempo suficiente para hacer cola, preparar mi dni  y sacar los apuntes para hacer que repaso aunque no vaya a repasar, por no sentirme extraña al resto de los examinandos. Seguir la rutina me ayuda a calmar los nervios. No perderme me ayuda a calmar los nervios. LLegar con tres cuartos de hora de margen me ayuda a calmar los nervios.

Mientras pienso todo esto llego a la cafetería, pero hay algo que no funciona. No me he perdido y eso está bien, pero la cafetería está cerrada. Cerrada con papeles en las vitrinas. Cerrada con polvo y destartalamiento. Cerrada como si hiciera un millón de años que llevara cerrada. Cerrada con cartel de «Se vende».  Cerrada para que no haya nada que distinga allí un edificio de otro, para eliminar referencias, para que todo vuelva a ser un devenir impersonal que no signifique nada. Cerrada total.

Me sorprendo afectada. Me sorprendo. La primera vez que entré me tomé un café y un cruasán, y leí la prensa en lugar de los apuntes. El País. Y estaba contenta. Y al salir un adolescente me pidió que le comprara tabaco en la máquina, cuando ya no se podía fumar dentro pero había máquinas, y también un cartel en el cristal con una manifestación del dueño del local en el que se quejaba de la medida. Acababa de dejar de poderse, y pensábamos que era imposible que pudiera ocurrir, pero sin embargo ocurrió. Nos parecen imposibles tantas cosas y sin embargo ocurren. Nos parece que todo aquello que se repite y convertimos en referente, no de un camino, sino de la propia vida, va a estar ahí siempre. Como la cafetería, como fumar dentro de un bar, como una casa, como una persona, como un sentimiento. Pero no. Y la verdad es que aunque me produjo cierto dilema moral el hecho de comprarle o no tabaco a un menor se lo compré. Porque al fin y al cabo,  si había tomado la decisión de fumar, poco importaba si yo lo ayudaba o no, lo haría. Era su decisión. Y yo le compré el tabaco. Si me equivoqué o no qué más da. Yo estaba contenta.

Ahora ya no hay cafetería, ni máquina de tabaco, ni café, ni prensa, ni menor que ha decidido adquirir un vicio insano. Y me siento afectada porque no voy a poder volver. No voy a poder volver a esa cafetería. Qué tontería de nostalgia, alguna otra habrá. Otra, pero no esa. Y si fuera del todo sincera, me reconocería que la sensación de pérdida no es por el referente en orientación sino por el referente en alegría. Alguna otra habrá, pero es que yo quiero esa. A la que fui cuando a la salida estabas feliz, y yo feliz, conscientes de serlo, y alegres, por tanto.

Y ahora, con tres cuartos de hora de margen antes del examen, sin mis referentes del antes y el después, con todo este vacío de café y alegría, me pregunto cómo voy a templar yo mis nervios. Se me ocurre que  fumando a la intemperie, o sacando apuntes para repasar, por primera vez.

5 comentarios sobre “El día en que repasé antes de un examen

  1. Este enlace es magnifico como todo lo que escribe Pat. En efecto esos pequeños referentes que a veces no apreciamos suelen dejar nostalgias cuando nos damos cuenta que se han perdido, considero que de eso esta hecha la vida de nostalgias y alegrías acumuladas que van conformando el mosaico de nuestros días, por ello mil motivos para vivir y disfrutar cada una de esas pequeñas cosas.

Replica a ¡Por dios… con las pequeñas cosas! (II) | Ya lo saben... Cancelar la respuesta